Contacto con tacto

Contacto con tacto

Siempre digo que me siento muy afortunada por dedicarme a la psicoterapia. Siento que es un gran privilegio que las personas me permitan asomarme y en ocasiones, incluso entrar, a las profundidades de su experiencia. Esos lugares que habitualmente están revestidos de protecciones de muchas formas, grosores y materiales, pero que constituyen en sí mismos, núcleos donde se alberga lo más auténtico, tierno y vulnerable de cada persona.

A veces nos adentramos en estos rincones despacito, con conciencia. Otras veces nos vemos precipitadas por las circunstancias, como si de pronto la vida se convirtiese en un tobogán que nos conduce irremediablemente a lugares dolorosos. Y ahí nos encontramos frente a aquello que nos hace sentir desprotegidas, incluso temerosas a veces.

Ahora viene lo más bonito, porque cuando no podemos más, entonces… ¡ay! Se abren las grietas, por las que se cuela la luz, que ilumina lo que estaba en penumbra. Aparece el susto, porque ya sabemos que la luz puede alumbrar zonas desconocidas y eso no siempre apetece, como si lo inexplorado de una misma fuese un terreno peligroso, habitado por vaya usted a saber qué cosa.

Bueno… la verdad es que suele haber sorpresas de todas las formas y colores, con lo que este viaje a las profundidades requiere de un gran valor o una gran necesidad. Y ahí vamos, quienes nos dedicamos a esto de acompañar, poniéndole pilas a una linterna con la que apoyaremos los pasitos que cada persona vaya dando, acompasando el ritmo, sosteniendo parte de la mochila, animando, saltando, tropezando…

Desde luego, no estamos exentas de laberintos y dificultades, no olvidemos que quienes acompañamos, también somos personas de carne y hueso. Entonces aparece el reto de hacer lo que tantas veces sugiero y animo a hacer a quienes me permiten acompañarles… respirar, darle espacio a la angustia, legitimidad, apoyo. Y desde ahí, atender lo que necesita ser atendido, escuchar lo que necesita ser escuchado y después, actuar.

En mi caso, eso suele significar bajar un poco el ritmo, dejarme desbordar, ser honesta y correr el riesgo; desligarme de la omnipotencia narcisista en la que me construyo una idea de que tengo que poder sostener el mundo sobre mis hombros, con sumo esfuerzo. Y oye, pues es sorprendente cómo se van integrando las vivencias cuando se concede el espacio y el permiso para que se asienten y se asume el riesgo de dejar que entre luz en lo que se oculta porque da vergüenza.

En esto del proceso de crecimiento o como cada cual quiera llamarlo, la verdad es que no hay recetas. Hay un montón de mapas, pero no son el territorio. Quiero decir con esto que cada persona siempre es mucho más de lo que se puede ver a simple vista o lo que pueden decir los manuales diagnósticos o teorías que cada cual use en su práctica. Por tanto, cada situación es nueva, cada encuentro es una posibilidad de descubrimiento, de enriquecimiento mutuo. Y el encuentro es imprescindible, puesto que sin unx otrx no podemos construir nuestra identidad, descubrirnos, ni desarrollarnos plenamente.

A la vez, cada momento es una oportunidad de ahondar en aquello que sigue pesando o lastrando. Me encanta pensar que la vida nos pone frente a lo que necesitamos atender y en el momento en que necesitamos hacerlo. Por consiguiente, vamos adquiriendo herramientas conforme vamos creciendo y necesitándolas.

En definitiva, vamos sin mapa y necesitamos el contacto. Aunque a veces dé miedo soltar el control, el poder, la máscara; pero sin hacerlo, es imposible sentir que la vida pasa a través y no de largo.

Desde aquí, asumimos el riesgo compartido de caminar por este sendero. Gracias a todas las personas que os hacéis presentes y pacientes en mis idas y venidas. Gracias por dejarme navegar con vosotras en vuestras profundidades, donde nos revolvemos, nos desbordamos, nos sorprendemos, nos alegramos, nos disfrutamos y nos construimos… juntas.

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